Eduardo Sacheri: "Mis personajes se
complejizaron con la mirada de Campanella"
El autor de la novela sobre la
que se basó El secreto de sus ojosdice que sabe que su escritura es
cinematográfica aunque nunca escribió pensando en la pantalla grande. Y que la
llegada de su historia a mucha gente le resulta algo
"extraordinario".
"¿Y si este es el mejor final para
su libro? Chaparro acaba de terminar de contar su segundo encuentro con Morales
en el copetín de Plaza Once. Ayer. Y siente la tentación de culminar aquí la
historia que esta contando. Ha sudado a mares para conducir su relato hasta
este sitio. ¿Porque no darse por contento? Ha contado el crimen, la pesquisa y
el hallazgo. El malo esta preso y el bueno esta vengado. ¿Porque no concluir
con este final feliz y ya?" El párrafo, se lee a la mitad de "La
pregunta de sus ojos", la novela que Eduardo Sacheri (Buenos Aires, 1967)
publicó en 2005. Antes, sus relatos cortos sobre fútbol ("Esperándolo a
Tito y otros cuentos de fútbol", "Te conozco, Mendizábal y otros
cuentos" y "Lo raro empezó después"), retomaban la tradición de
Soriano, Cortázar, Benedetti y Fontanarrosa, captando la atención de Juan José
Campanella. El director, terminaba El Hijo de la Novia y
quería llevar alguno a la pantalla grande, pero Luna de Avellaneda se
puso en el camino, y la historia del profesor y licenciado en Historia, que
ejerce la docencia universitaria y secundaria, ya era otra: Un prosecretario en
un juzgado de instrucción, se jubila para ser escritor. La causa que treinta
años atrás llegaba a su despacho -por el homicidio de una chica-, se reabre
como su primera novela, en la cual intenta cerrar un amor secreto que lo
obsesiona, tanto, que hasta cree entender la mente del homicida. Campanella y
Sacheri trabajaron juntos en la adaptación, y el resultado fue el guión de El
Secreto de sus ojos, el film que se estrenó el pasado 13 de agosto, amenazando
marcar otro antes y después en la historia que hoy es reeditada a partir del
éxito de la película.
–¿Escribió la novela pensando en términos cinematográficos? ¿Consideraba la posibilidad de que se convierta en película?
–No. La novela la imaginé en términos estrictamente literarios. En varias ocasiones hemos conversado con gente de cine que comenta, como una característica de mi narrativa, el hecho de ser muy cinematográfica, pero desconozco las razones y los alcances de esa caracterización.
–Es muy común que un autor no quede conforme con la versión cinematográfica de su obra. ¿Seria su caso si no hubiera trabajado junto al director en el guion? ¿Como vivió todo ese proceso?
–Fue algo largo y laborioso. Con Juan estuvimos más de un año escribiendo y reescribiendo. No fue un trabajo fácil porque se trata de convertir un lenguaje en otro, ni más ni menos. Y en esa adaptación hay cambios imprescindibles. De todas maneras, trabajar con Campanella fue muy provechoso para mí. No solo por lo que aprendí, sino por la enorme sencillez que le puso a ese trabajo. Discutimos, acordamos, polemizamos, y en ningún momento sacó el ancho de espadas de tirarme sobre la mesa su prestigio y su trayectoria.
–De sus relatos cortos en torno al fútbol, a esta novela policial ¿que elementos de su narrativa permanecen intactos y cuales se han modificado?
–Supongo que a lo largo de los libros que llevo publicados, hasta ahora cuatro libros de cuentos y dos novelas -la otra es "Araoz y la verdad"- de uno a otro hay modificaciones, cambios, acentos que se van corriendo de un lado a otro. Claro que escribir una novela presenta dificultades propias, y si tuviese que sintetizarlas diría que no es lo mismo mantener la tensión narrativa a lo largo de diez o quince páginas, que en trescientas. Y si tengo que buscar una continuidad, creo que es la exploración de la cotidianidad de los personajes. Y que el desafío literario sea rastrear lo que hay de excepcional en esas vidas comunes.
–Respecto a la trama, usted dijo que mas que un policial, se trata de una "reflexión sobre el castigo". ¿ Podría haber adquirido esa perspectiva sin la experiencia de haber trabajado durante varios años en un juzgado?
–No quiero abundar demasiado en cosas que tienen que ver con las vueltas de rosca que tiene la propia trama de la novela y de la película, pero es cierto que la historia que contamos trasciende la estructura básica de un policial. Incluye otras cosas, se mete en otros registros. En cuanto al ámbito judicial, que sirve de marco a la historia, soy consciente de que lo obtuve de mis años como empleado de un Juzgado. De otro modo me hubiese sido muy difícil recrear esa atmósfera, sus tipos humanos, sus ritos.
–El género policial evolucionó hacia formas más complejas, que involucran a la descripción de la sociedad en general, sus partes más oscuras, y los tipos de personas que prosperan en esos ambientes. ¿Como articula esa noción en su novela con la idea del castigo?
–Creo que a nuestra sociedad le cuesta bastante convivir con la noción de la ley. En general, más allá de períodos históricos o de ámbitos de aplicación, o de no aplicación de la ley. Pero no sé, y ese no sé es casi un eufemismo de mi descreimiento, sospecho, si somos un pueblo dispuesto a acatar la ley, a respetarla por encima de nuestros deseos y conveniencias personales. Te lo ejemplifico con algo: el comportamiento vial de los argentinos. Vernos manejar en la calle y en las rutas me resulta deprimente. El grado de indolencia, de egoísmo criminal que ponemos en práctica me hace concluir en esta idea funesta de que muchos argentinos parecemos dispuestos a considerarnos por encima de toda forma de ley. En otras palabras, a sentirnos muy por encima de nuestro prójimo.
–Usted dijo en una entrevista reciente que en la Argentina la literatura esta alejada de la gente. ¿De que modo cree que esa brecha aumenta o disminuye?
–No querría ser tan concluyente. No soy quién para hablar de "la" literatura. Sí creo que existen ciertas simplificaciones abusivas que tienden a asociar la sencillez con la masividad ramplona y la complejidad con el verdadero espíritu del arte más genuino. Me limito a descreer de esas asociaciones. Creo que la complejidad de la literatura debería radicar sobre todo en la multiplicidad de contactos que le permita al lector. Contactos con otras lecturas, con su propia interioridad, con los otros. En ocasiones me parece advertir que, para algunos, la forma más loable de la complejidad es el hermetismo. Un autor que se contempla el ombligo y un lector condenado a esa contemplación del ombligo ajeno. Seré imperdonablemente profano, pero no me satisface esa concepción. Ni como autor ni como lector.
–Varios de sus relatos fueron incluidos en programas de promoción de lectura del Ministerio de Educación y se distribuían, entre otros espacios, en canchas de fútbol. Su idea de que hoy el autor debe ir detrás del lector, se presenta novedosa y hasta necesaria ¿Que lo llevo a esa conclusión? –Más allá de mi labor como escritor, cuatro mañanas a la semana sigo siendo profesor de historia en escuelas secundarias. No soy quién, ni es este el espacio, para diagnosticar los múltiples problemas que aquejan a la educación en nuestro país. De lo que sí estoy seguro es de que en nuestras escuelas se lee poco. Ojo, se lee poco en las escuelas porque los docentes leen poco, del mismo modo que los médicos leen poco, los policías leen poco, los bancarios leen poco y los pilotos aeronáuticos leen poco. Es decir, leemos poco. Décadas atrás fuimos uno de los países más lectores de América Latina. Hoy por hoy, la lectura parece una práctica trasnochada y a contramano. Sin embargo, los que todavía la cultivamos sabemos que es hermosa e irreemplazable. ¿Cómo hacer para que quienes hoy no leen mañana lean? La única respuesta que se me ocurre es compartir. Compartir la práctica para contagiar el amor. Y los libros tienen que salir al cruce de la gente donde sea. En las salas de espera, en los vagones del subte o en las canchas. Por supuesto que también en las aulas. Pero no sólo en ellas. Vuelvo a decirlo, el amor se aprende. Y con la lectura, del mismo modo que con el amor, mejor se ejecuta cuanto más se practica.
–Si el éxito de la película se traduce en las ventas del libro, podríamos decir que el cine es otro medio para promover la lectura. ¿Que siente con todo lo que esta ocurriendo en torno a su historia? – Es una sensación rara, extraordinaria, en el sentido más genuino de esa palabra. Porque sale absolutamente de las situaciones cotidianas. Que esos personajes que uno pensó tiempo atrás en la soledad de su propio trabajo, y que después se hicieron más complejos al incorporarles la mirada de Juan, ahora cobren vida en imágenes y sonidos, y que en pocos días miles y miles de personas tomen contacto con ellos y los incorporen a sus propias vidas... no sé, es una experiencia muy difícil de expresar en palabras.
–¿Escribió la novela pensando en términos cinematográficos? ¿Consideraba la posibilidad de que se convierta en película?
–No. La novela la imaginé en términos estrictamente literarios. En varias ocasiones hemos conversado con gente de cine que comenta, como una característica de mi narrativa, el hecho de ser muy cinematográfica, pero desconozco las razones y los alcances de esa caracterización.
–Es muy común que un autor no quede conforme con la versión cinematográfica de su obra. ¿Seria su caso si no hubiera trabajado junto al director en el guion? ¿Como vivió todo ese proceso?
–Fue algo largo y laborioso. Con Juan estuvimos más de un año escribiendo y reescribiendo. No fue un trabajo fácil porque se trata de convertir un lenguaje en otro, ni más ni menos. Y en esa adaptación hay cambios imprescindibles. De todas maneras, trabajar con Campanella fue muy provechoso para mí. No solo por lo que aprendí, sino por la enorme sencillez que le puso a ese trabajo. Discutimos, acordamos, polemizamos, y en ningún momento sacó el ancho de espadas de tirarme sobre la mesa su prestigio y su trayectoria.
–De sus relatos cortos en torno al fútbol, a esta novela policial ¿que elementos de su narrativa permanecen intactos y cuales se han modificado?
–Supongo que a lo largo de los libros que llevo publicados, hasta ahora cuatro libros de cuentos y dos novelas -la otra es "Araoz y la verdad"- de uno a otro hay modificaciones, cambios, acentos que se van corriendo de un lado a otro. Claro que escribir una novela presenta dificultades propias, y si tuviese que sintetizarlas diría que no es lo mismo mantener la tensión narrativa a lo largo de diez o quince páginas, que en trescientas. Y si tengo que buscar una continuidad, creo que es la exploración de la cotidianidad de los personajes. Y que el desafío literario sea rastrear lo que hay de excepcional en esas vidas comunes.
–Respecto a la trama, usted dijo que mas que un policial, se trata de una "reflexión sobre el castigo". ¿ Podría haber adquirido esa perspectiva sin la experiencia de haber trabajado durante varios años en un juzgado?
–No quiero abundar demasiado en cosas que tienen que ver con las vueltas de rosca que tiene la propia trama de la novela y de la película, pero es cierto que la historia que contamos trasciende la estructura básica de un policial. Incluye otras cosas, se mete en otros registros. En cuanto al ámbito judicial, que sirve de marco a la historia, soy consciente de que lo obtuve de mis años como empleado de un Juzgado. De otro modo me hubiese sido muy difícil recrear esa atmósfera, sus tipos humanos, sus ritos.
–El género policial evolucionó hacia formas más complejas, que involucran a la descripción de la sociedad en general, sus partes más oscuras, y los tipos de personas que prosperan en esos ambientes. ¿Como articula esa noción en su novela con la idea del castigo?
–Creo que a nuestra sociedad le cuesta bastante convivir con la noción de la ley. En general, más allá de períodos históricos o de ámbitos de aplicación, o de no aplicación de la ley. Pero no sé, y ese no sé es casi un eufemismo de mi descreimiento, sospecho, si somos un pueblo dispuesto a acatar la ley, a respetarla por encima de nuestros deseos y conveniencias personales. Te lo ejemplifico con algo: el comportamiento vial de los argentinos. Vernos manejar en la calle y en las rutas me resulta deprimente. El grado de indolencia, de egoísmo criminal que ponemos en práctica me hace concluir en esta idea funesta de que muchos argentinos parecemos dispuestos a considerarnos por encima de toda forma de ley. En otras palabras, a sentirnos muy por encima de nuestro prójimo.
–Usted dijo en una entrevista reciente que en la Argentina la literatura esta alejada de la gente. ¿De que modo cree que esa brecha aumenta o disminuye?
–No querría ser tan concluyente. No soy quién para hablar de "la" literatura. Sí creo que existen ciertas simplificaciones abusivas que tienden a asociar la sencillez con la masividad ramplona y la complejidad con el verdadero espíritu del arte más genuino. Me limito a descreer de esas asociaciones. Creo que la complejidad de la literatura debería radicar sobre todo en la multiplicidad de contactos que le permita al lector. Contactos con otras lecturas, con su propia interioridad, con los otros. En ocasiones me parece advertir que, para algunos, la forma más loable de la complejidad es el hermetismo. Un autor que se contempla el ombligo y un lector condenado a esa contemplación del ombligo ajeno. Seré imperdonablemente profano, pero no me satisface esa concepción. Ni como autor ni como lector.
–Varios de sus relatos fueron incluidos en programas de promoción de lectura del Ministerio de Educación y se distribuían, entre otros espacios, en canchas de fútbol. Su idea de que hoy el autor debe ir detrás del lector, se presenta novedosa y hasta necesaria ¿Que lo llevo a esa conclusión? –Más allá de mi labor como escritor, cuatro mañanas a la semana sigo siendo profesor de historia en escuelas secundarias. No soy quién, ni es este el espacio, para diagnosticar los múltiples problemas que aquejan a la educación en nuestro país. De lo que sí estoy seguro es de que en nuestras escuelas se lee poco. Ojo, se lee poco en las escuelas porque los docentes leen poco, del mismo modo que los médicos leen poco, los policías leen poco, los bancarios leen poco y los pilotos aeronáuticos leen poco. Es decir, leemos poco. Décadas atrás fuimos uno de los países más lectores de América Latina. Hoy por hoy, la lectura parece una práctica trasnochada y a contramano. Sin embargo, los que todavía la cultivamos sabemos que es hermosa e irreemplazable. ¿Cómo hacer para que quienes hoy no leen mañana lean? La única respuesta que se me ocurre es compartir. Compartir la práctica para contagiar el amor. Y los libros tienen que salir al cruce de la gente donde sea. En las salas de espera, en los vagones del subte o en las canchas. Por supuesto que también en las aulas. Pero no sólo en ellas. Vuelvo a decirlo, el amor se aprende. Y con la lectura, del mismo modo que con el amor, mejor se ejecuta cuanto más se practica.
–Si el éxito de la película se traduce en las ventas del libro, podríamos decir que el cine es otro medio para promover la lectura. ¿Que siente con todo lo que esta ocurriendo en torno a su historia? – Es una sensación rara, extraordinaria, en el sentido más genuino de esa palabra. Porque sale absolutamente de las situaciones cotidianas. Que esos personajes que uno pensó tiempo atrás en la soledad de su propio trabajo, y que después se hicieron más complejos al incorporarles la mirada de Juan, ahora cobren vida en imágenes y sonidos, y que en pocos días miles y miles de personas tomen contacto con ellos y los incorporen a sus propias vidas... no sé, es una experiencia muy difícil de expresar en palabras.
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